martes, 17 de agosto de 2010

el beso monótono

El beso monótono

Yo escuché rezar a una piedra pues no quería ser arrojada a la cabeza de un policía. Me acerqué y maldije la piedra ¡Cómo puede ser qué justo usted no este dispuesta a cambiar de forma, le dije. Sería una paloma mensajera!...no contestó… siguió rezando. Debo suponer que si una piedra reza Dios existe, o por lo menos existe el Dios de piedra. Debo suponer también que no quiere hacerle daño a nadie por más que ese daño le permita cambiar de vida. Pero es bien sabido que arrojar una piedra no le cambia la vida a nadie. Salvo, a una piedra. Piedra arrojada al cielo, vuela. Ya no es más piedra. Vuela. Piedra golpea la frente del policía. Ahora ya no es más un policía. Ahora es un herido. Todos los heridos se parecen…por todos los heridos deberíamos sentir, aunque mas no sea, compasión. Pero quién se compadece ante usted, piedra. A lo mejor, el Dios de piedra. No lo sabémos. Y en verdad no me importa. Si la única realidad es la tangible, la rígida, la impenetrable, al arrojar una piedra la realidad vuela. La piedra se vuelve…se vuelve… ¿un arma?...no!, un arma mata. La piedra que mata a un policía es una piedra en un millón. La piedra que vuela e impacta en la frente del uniformado por lo general lo tira y lo desangra. Pero cuánto tardan los médicos en atender a uno de los suyos. Minutos, centímetros. Detrás de cada policía hay un médico… Pero le pregunto a usted, ¡oh piedra querida!, en qué se convierte una piedra arrojada a un policía ¿En un grito? ¿en una bandera? ¿en una canción? Sigue en silencio - empezaba a fastidiarme- Debería rechazarla- con voz gruesa le reclamé- convertirla en una de esas piedras que actúan y rezan. Pero entonces…recapacité. ¿La piedra no es mortal?- bendito tiempo, tu sí eres un Dios- es casi imposible que una piedra no sea arrojada, al menos una vez, hacia algún punto. Es cierto, no toda piedra lanzada tiene como destino la cabeza de la ley. Pero por descuido, por ir pateando aburrido, por lo que sea, por limpiar las suelas del zapato las piedras se mueven. No había caso, la piedra no entraba en razones. Si por lo menos me hubiera dicho…gana una miseria mira si le voy a dar en la cabeza…ó hay tantos hombres y mujeres y blancos y negros mil veces más poderosos. Es cierto…bastaba con lo obvio para que mi corazón cada día más blando la dejara en paz y que se pudra. No, no dijo nada, sólo su misterioso rezo. Un rezo que era el sonido interior de una montaña desnuda, de un teatro clausurado. Entonces, ¿Podía yo obligarla por la fuerza y arrojarla contra la cabeza de un policía? Podía. Agarré su cuerpo, apunté al bulto de gorras azules y desde abajo, sin elevar mucho la mano para no perder fuerza ni puntería, la lancé. No sé si le pegué a un policía, tal vez a un periodista ó algún artefacto ¿Pero no es mejor ver en el aire una piedra mensajera que escuchar el rezo monótono de una tierra que dice que nunca jamás cambiará?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenisímo la piedra. Yo si fuera piedra me sentiría orgullosa de golpear en la cabeza de una poesía.... jje digo de unn policía.... es increible como riman.

mariela

Acicalada dijo...

nunca fui de piedras tirar, pero qué poesía tirar la piedra y levantar la mano.